Época: Pontificado y cultur
Inicio: Año 1300
Fin: Año 1500

Antecedente:
Cultura y espiritualidad



Comentario

Si entre las órdenes monásticas se producían situaciones que exigían una reforma, y también extraordinarias respuestas reformadoras, algo similar ocurría entre las mendicantes. Las problemas eran, en cierto modo, más profundos: franciscanos y dominicos habían alcanzado tal importancia en la renovación de la Iglesia en el siglo XIII que habían sido reclamados para ocupar los más diversos menesteres en la jerarquía y, especialmente, en las cátedras universitarias. Por ello mismo, se habían apartado en muchas ocasiones del espíritu de pobreza que había animado su nacimiento, y de la vida en comunidad. El Cisma les afectó todavía con un rigor mayor que a las órdenes monásticas.
En todas las órdenes mendicantes, y en cada una de las divisiones en que el Cisma las rompe, se hallan figuras que, penetradas del espíritu que la "devotio moderna" ha propagado, abogan por una reforma, que no lo es de las estructuras de la orden, sino individual de cada religioso que ha de volver al espíritu fundacional de la orden.

Fue Raimundo de Capua, el general de los dominicos en la obediencia urbanista, quien ideó la creación de conventos observantes, en los que la regla de la orden fuese observada de modo más riguroso, a los que se trasladarían los frailes que deseasen llevar una vida más estrictamente acorde con su regla. Era un modo práctico de abordar la Reforma, abandonando otro procedimiento más radical, pero inviable, de proceder a una reforma general de la orden. No era una nueva orden ni una congregación, simplemente unos conventos con un estatuto especial.

La solución adoptada tenía el inconveniente de suscitar recelos y envidias, el temor a una escisión de la orden, y el enfrentamiento entre quienes se consideraban superiores por su mayor observancia o quienes les tildaban de secesionistas; el enfrentamiento entre observantes y conventuales resultaba inevitable.

A ello se suma el debate sobre la conveniencia de la realización de estudios; algunos sectores de la orden llegaron a considerar que la actividad intelectual podía constituir un peligro para la virtud que consideran esencial para un religioso: la humildad. Otros sectores defendían, en cambio, la absoluta necesidad de sólida formación para quienes la acción pastoral y apologética constituye el centro de su vocación.

A pesar de todos los inconvenientes, los dominicos desarrollaron algunos conventos observantes, uno por cada provincia, destacados del resto, así como algunos otros conventos dedicados especialmente a la formación intelectual de los miembros de la Orden.

Los problemas eran bastante similares entre los franciscanos; aunque habían disminuido algo las vocaciones, el número de sus conventos, en la segunda mitad del siglo XIV, es considerable. La observancia se ve afectada, sin embargo, por muy numerosos defectos: aparte algunos escándalos concretos, graves, pero individuales, son las dispensas de observancia de algún aspecto concreto de la regla las que de modo más grave afectan al rigor interno de los franciscanos.

El Cisma afecta a los franciscanos de modo muy importante, añadiendo un factor de división, además del de las conventos observantes, solución similar, aunque menos peligrosa por su escaso número, que la adoptada por los dominicos. Pervive, además, en la orden un número importante de espirituales, aún dentro de la ortodoxia, que ejercieron durante mucho tiempo gran influencia entre los sectores más observantes del franciscanismo, incluyendo los reformadores de finales del siglo XIV y comienzos del siglo XV.

El movimiento de observancia franciscana se desarrolla de modo bastante independiente en cada una de las provincias de la orden y, por ello, con efectos muy distintos. Se había iniciado en Italia ya en 1368, procurando evitar toda competencia entre observantes y conventuales, lo que se consiguió, en gran parte, por la insignificancia de los conventos reformados; eran éstos, las más de las veces, ínfimas residencias con escaso número de frailes, muy pocos de ellos sacerdotes, que llevan una vida semieremítica.

La Reforma tendrá un impulso decisivo con la figura de Bernardino de Siena; combina la pobreza más absoluta, según las tradiciones de la orden, con una intensa y cuidada predicación, sin excesivas elevaciones teológicas, que recoge, además, influencias de los espirituales franciscanos, en particular de Ubertino de Casale, plenamente recuperado para la tradición de la orden.

La reforma de Bernardino de Siena tiene buen cuidado en el mantenimiento de la unidad de la orden. Las "Constituciones" que publica en 1440 muestran ese esfuerzo de mantener la unidad, ya entonces imposible, aun recurriendo inevitablemente a la distinción entre conventos con distinto grado de rigor en la observancia.

La unión en el seno de la orden era, sin embargo, imposible; a medida que los conventos observantes crecen en número, se incrementan las fricciones con los conventuales. El Concilio de Constanza dispone cierta separación al crear un vicario observante por cada provincia franciscana. Martín V había hecho convocar un Capitulo General de la orden en Asís, en 1430; bajo la influencia de Bernardino de Siena y Juan de Capistrano se lograron unas constituciones que garantizaban la unión de la orden con la adopción de medidas reformadoras.

Muy pronto los conventuales obtuvieron la dispensa del propio juramento prestado a las constituciones de Asís; ello provocó que las observantes solicitasen, y obtuviesen, del Concilio de Basilea la plena autonomía; esta decisión fue ratificada y extendida a toda la Cristiandad por Eugenio IV, en 1446, a pesar de la resistencia de quienes como san Bernardino se oponían a la ruptura de la orden. Aunque se conservaba una unión teórica en la persona del ministro general, ésta podía darse por desaparecida.

El esfuerzo por la unidad era más intenso en Italia que en el resto; en todas partes se habían producido movimientos de reforma dentro de la orden que consideraban la secesión imprescindible. Particular interés tenía la Reforma en Francia y especialmente la iniciada en los Estados borgoñones por santa Coleta de Corbie que influyó también en la rama masculina.

Muy independiente de la reforma franciscana general, se desarrolla la Reforma en España; dos nombres destacan especialmente en el panorama reformador franciscano: san Pedro Regalado y Pedro de Villacreces, que fundan el convento de la Salceda. La Reforma insiste en la drástica pobreza, la contemplación comunitaria, a través del oficio, aunque dejando una parte a la oración individual, como querían las corrientes de la "devotio moderna", y una gran simplicidad en el nivel de estudios de los frailes.

También se dan movimientos similares de reforma, en el sentido de una plena observancia de la regla, en otras órdenes como carmelitas y agustinos, con semejantes fenómenos de ruptura interna. También se dieron algunas nuevas fundaciones, aunque no contaron con demasiado vigor expansivo; es el caso de los jesuitas, dedicados al cuidado de los enfermos, fundados en 1363, y los mínimos, fundados por san Francisco de Paula en 1435.